SIETE PALABRAS DE AMOR... SIETE PALABRAS DE DOLOR. Pepe Lasala.


Era Miércoles Santo, el frescor primaveral de la noche envolvía con dulzura las calles de Sevilla, mientras el incienso y el azahar se entrelazaban formando un ramo de aromas con esencia de Semana Santa. La luz natural de los cirios se apreciaba a lo lejos, alumbrando las túnicas blancas con escapulario carmesí de los cofrades de la Hermandad de Las Siete Palabras. Una brisa de evangelización estaba a punto de envolvernos de una manera  muy agradable cuando, de repente, aquella estrecha calle enmudeció de forma letal. Todas las miradas se dirigían a un mismo punto, todas tenían un destino común: Jesús en la Cruz. Tras unos instantes de absoluto silencio, Él comenzó a hablar. Su cuerpo dolorido y su rostro empañado por las heridas de la Pasión no le impedían articular las palabras, ni mucho menos transmitirnos esos siete mensajes que tenía pendientes antes de colmar sus últimos momentos en la Tierra… 




La Procesión transcurría con suma belleza y sincronía, cuando observamos cómo un revuelo de gente se acercaba entre alborotos hacia el lugar mientras increpaban todo lo que allí acontecía. Él, clavado en la Cruz, los miraba sin indiferencia ofreciéndoles su amor…”Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Aprovechando la bulla, dos ladrones entremezclados con el gentío, no perdían la oportunidad de abrir el bolso de alguna que otra señora para sustraerle su monedero. Uno de ellos, mientras sostenía el “regalo” con su mano, miró a Jesús, agachó la cabeza y devolvió aquello que no era suyo…  “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Pasados unos minutos, nos acercamos a la siguiente bocacalle, pues uno de los que estaba con nosotros, iba a introducirse debajo del Paso como costalero. La mirada de su madre, con los ojos arrasados, lo decía todo… “He aquí a tu Hijo; he aquí a tu Madre”. El “ritual” que tenía lugar durante el relevo de los costaleros, los saludos entre unos y otros y el deleitarse al pasar la Banda de Música, nos tenía a todos expectantes, dejando sólo al Rey de Reyes, como tantas y tantas veces hacemos; Él, se sentía desamparado… “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. No éramos conscientes, no teníamos ni idea de que durante todo un año, lo que le habíamos ofrecido era la hiel de nuestras culpas… “Tengo sed”. El cortejo procesional seguía avanzando, llegando a su Templo para recogerse y finalizar la Estación de Penitencia mientras la multitud en la calle se iba disolviendo… “Todo está consumado”. Tras salir los cofrades de la Iglesia para dirigirse a sus casas, se apagaron las luces y las puertas quedaron perfectamente selladas, pero el ruido de unas pisadas se hizo presente a los pies del Señor. Era un joven, así como de unos “treintaipocos” años, de aspecto tirando a hippie… camisa por fuera, sandalias, pelo largo, barba… No medió palabra; agachó la mirada, se arrodilló ante Él y comenzó a rezar el Padre Nuestro… “En tus manos encomiendo mi espíritu”.